Simeón Saiz Ruiz
“LA JOIE DE VIVRE”
Inauguración: 19 de noviembre de 2016
Hasta el 4 de enero de 2017
F2 Galería presenta una exposición individual de Simeón Saiz Ruiz (Cuenca, España, 1956), con la que conmemoramos los cuarenta años de su primera exposición individual.
Le bonheur de vivre (1905-6) es uno de los cuadros más famosos de Matisse. La joie de vivre (1884) es una novela de Émile Zola, pintada por Van Gogh junto, o más bien, frente a la biblia paterna en un cuadro de 1885. El arte como lugar donde toma cuerpo este irrefrenable deseo de alegría, frecuentemente como respuesta a las fuerzas confabuladas para impedirlo; mucho ha sido creado bajo esta pasión. El cuadro de Matisse es un conjunto de desnudos en un paisaje de colores idílicos, ni unos ni otros son encuentros habituales en la vida cotidiana. Un género que se presta a manifestaciones exuberantes es el de los cuadros de la familia del pintor. Muchos no buscan sino expresar un rango social obtenido con esfuerzo. Véase el autorretrato de Rubens con Isabella Brant (1609), que sin embargo tampoco puede dejar de exudar un contento que no puede ser limitado al proporcionado por la posición social alcanzada, sino también a todo lo relacionado con el ámbito privado y público de la sexualidad. Muy distinto es el cuadro Dziwny ogród (1902-3) de Józef Mehoffer con su mujer y sus hijos en otro idílico jardín decorado festivamente. Nada parecería ser capaz de destruir esta radiante felicidad.
No siempre es así: Matisse pintó a su familia en La leçon de musique (1917), sus hijos alrededor de un piano junto a una ventana por la que se ve a su mujer sentada en el jardín. En el cuadro el contraste entre las ocupaciones respetables de los personajes y las promesas y voluptuosidades sugeridas por el jardín y la estatua que lo decora parece saldarse en favor de estos últimos. La nostalgia por un mundo virgen y una sexualidad plena pueden habernos atravesado en numerosos periodos desde los tiempos de Matisse. Sin embargo, cosas mucho más oscuras que el deseo encontramos habitualmente fuera de la imagen, que es donde está lo más importante de lo que nos muestra. En el film de Alain Resnais, Nuit et brouillard (1955) se dice que una fotografía de las cámaras de gas puede parecer una postal, mientras se muestra en la pantalla una imagen tal que así lo parece.
Vivimos ya en otro mundo, no porque ellos fuesen ajenos a la sensación de que todas sus creencias se desmoronaban, tan propia a nosotros, sino porque nunca ha habido tanta gente dedicada al arte al margen del mercado y por tanto libre para hacer arte relacionado con la vida fuera de las exigencias del comercio. No se trata de hacer arte sobre el arte pues.
Algunos de los condicionantes que la vida te impone son meramente privados: la estructura que uno reproduce voluntariamente. Después de ciclos cerrados y meticulosamente construidos, retomar el cuadro individual y abierto; junto al apropiacionismo y el documento no ficticio, la vuelta a una experiencia directa y a la narración. Por supuesto no se podían mantener los recursos estilísticos en que se habían basado series anteriores: cada cuadro con su tema exige su solución técnica y estilística.
Circunstancias que inciden en y participan también de los condicionantes inevitablemente públicos. Soy de la generación que ha vivido y sobrevivido a los años ochenta, no tanto como constructor de aquel mundo sino como paciente construido por él, década que nos da un arte que es descrito por sus propios protagonistas como cínico, estúpido, tóxico y peor que la locura. Palabras todas que se encuentran en la entrada del 13 de enero de 1988 del diario de Richter. Es una declaración propia de esos años, con una década más o menos de hegemonía de los discursos sobre la posmodernidad y por otro lado un boom en el mundo del arte. Toda esa locura que cita Richter no estaba acompañada de un sufrimiento material. Ahora, cuando grandes capas sociales han sufrido un drástico empobrecimiento, y a nivel global cada vez mayor población encuentra su vida amenazada diariamente, a la gente ya no le sirve el simple sentimiento de la pérdida de fe, necesita soluciones y las busca. No es ya cuestión de un estilo de vida, de un diseño medioambiental, de un sentido de pertenencia o del confort de las experiencias intelectuales, se trata de resolver la precariedad allí donde se da, de garantizar el acceso de todos a unas condiciones mínimas de vida y progresivamente a todo el bienestar alcanzable, de evitar la injusticia del crecimiento de la desigualdad basado en la explotación de la población y el abuso del otro. Y en el ámbito del arte, de ponerlo al servicio de estos objetivos.
Quizás las obras de esta exposición son un proceso de singularización que afecte solamente al pintor intentando reproducir las condiciones de la encarnación de la vida. No habría que verlo como una impotencia para alcanzar capas de la experiencia colectiva. No se trata de romper con la vida común, la imagen pública, sino que la experiencia de la vida privada ya está trabada inextricablemente con la cosa pública. Y la felicidad como meta además de una opción subjetiva es un proyecto colectivo. Que la felicidad tendrá que ser una meta lo muestra que no es algo logrado, al menos para la mayoría y no sólo por no conseguir salir de la crisis económica, sino porque nos mantiene alejados de ella los valores capitalisticos de los que habla Guattari.
Toda la construcción de este mi particular proceso de subjetivación ha sido realizado muy apegado al día a día, tal como lo he ido viviendo en el trabajo que he estado realizando sobre el tema de la representación de la alegría en un contexto político. Pocos ejemplos hay en la vida pública que se presten a tal ejercicio, sin embargo, en el 2011 tuvimos la sorprendente vivencia de encontrar dos gobiernos dictatoriales (en Túnez y en Egipto) derrocados simplemente por la voluntad de la gente, con apenas derramamiento de sangre. El ejemplo de la gente y especialmente su heroísmo cotidiano, tanto allí como en aquellos otros lugares donde no tuvo éxito la movilización popular, tanto en el momento de la alegría como en la dureza de la reacción, ha sido lo que me parecía que merecía la pena pintar.
Es una exposición de pintura y otros medios, pero es algo más que arte, o eso espero.
Simeón Saiz Ruiz