Las obras que Álvaro Negro presenta en esta, su primera exposición en la Galería F2, son eclécticas y varían en técnica y soporte; sin embargo, más allá de las primeras impresiones, parece haber algo esencial que las une y que tiene que ver con un cierto “espíritu” que a modo de resonancia se va conformando según percibimos la exposición en su conjunto. La ligazón parece asentarse en una tendencia hacia posiciones conceptuales que trascienden cuestiones de figuración-abstracción o de estilo pictórico, tal y como ocurre entre los dos cuadros de gran formato que protagonizan la exposición: Columna I y Cadro-tumba. Formalmente parecen opuestos: un óleo sobre lino donde se representa un paisaje de reminiscencias “impresionistas” –para entendernos–, y un espejo abstracto próximo a la manera negra del grabado; sin embargo, y hablamos ahora de afinidades, tanto la columna protagonista en el centro del paisaje como la partición central-vertical en el espejo se aproximan por influjo mutuo, como si el “cuadro-tumba” fuese la sombra abstracta del “cuadro de la columna”. De hecho estas dos obras pueden servirnos como los hitos desde los que explicar la exposición, pero también para desplegar una visión más amplia de la obra de Álvaro Negro en los últimos cinco años.
Siguiendo la cronología hacia atrás nos encontramos con el proyecto matriz Natureza! estás soa? (2009-11), el cual surgió a partir de las filmaciones en el lugar de Monteagudo, paraje del interior de la Galicia rural donde el escultor Ülrich Rückriem había ubicado uno de sus conjuntos escultórico-monumentales. El proceso de filmación se dilató a lo largo de más de dos años durante los cuales se fue conformando una lógica que guardaba cierta analogía con la lógica constructiva de las esculturas de Rückriem, como de “corte” a partir del bloque. La composición del encuadre situaba las esculturas en una relación de figura-superficie respecto al fondo-paisaje: cuadrado o rectángulo como centro del plano, encuadre a tres bandas verticales con alternancias de posición entre la figura y el fondo, etc. Pero más allá de estos aspectos formales es importante resaltar que toda la experiencia, su intensidad, hizo que Monteagudo se convirtiera en el particular Sainte-Victoire de Álvaro Negro, en el “motivo”, centro y eje desde el que su obra ha evolucionado tanto formal como conceptualmente. Como mayor evidencia está el hecho de que este paisaje también fue el camino de retorno a la pintura, la cual había abandonado por un largo período de tiempo.
Columna I (2012-15) es el ejemplo más directo y ambicioso. Un lino de más de tres metros que parte de uno de los fotogramas de la película, es decir, de un elemento codificado y que a priori ya evita una lectura del cuadro en cuanto representación de “lo natural”. Si el fotograma fue la imagen-índice, una guía y una herramienta de análisis sobre el encuadre, el color, etc., fue la memoria de la experiencia física la que intervenía una vez que el proceso pictórico entraba en ebullición. En palabras del artista: <el cuadro, el ojo, el cuerpo, se sincronizaban en cada pincelada, en el ritmo de la mano, y el clima del cuadro se manifestaba como cuando un intérprete musical ya no necesita de la partitura pues la ha interiorizado. ¡Y no!, no se trata de automatismos, sino de cuando en el proceso la imagen ya es pintura y de cómo a través de la pintura empieza a entreverse de nuevo el paisaje, ese paisaje>.
Si observamos las obras más recientes también apreciamos composiciones deudoras de los encuadres geométricos de Monteagudo; y lo mismo con otras características, como un carácter “orgánico” que se ha trasladado no sólo visualmente (influencias en el color –esa variedad de verdes y las veladuras con sus matices desleídos y atmosféricos), también a niveles menos evidentes donde “lo pétreo” se traduce en un énfasis en la superficie, sea la del propio soporte o en la textura de la pintura, la cual se trabaja a modo de materia escultórica: pinceladas o brochazos rotundos y manchas moldeadas que tienden a producir sensaciones claramente hápticas.
Resumiendo la cronología hablaríamos de la experiencia de un paisaje que se ha codificado en diferentes fases: la captación cinematográfica directa, la traducción pictórica a paisaje-materia-color, y su abstracción hasta niveles elementales de combinación fondo-figura, superficie-textura. En todo ello se vislumbra un modus operandi donde las obras han surgido acompasadas e influenciándose en un largo proceso que empezó en un grado-cero y termina con las obras, finalmente, en la exposición, donde son como los índices visuales de un pensamiento pictórico, escultórico, sobre lo que es en sí la percepción. Para ello se hizo necesario el ejercicio previo del agrimensor: la delimitación, la medida, e intuir el centro desde el que desplegar un axis mundi. Álvaro Negro lo ha encontrado en un lugar entre lo vernáculo y lo contemporáneo, un bosque donde cada golpeo en el tambor se expande hasta transformarse en el siguiente. Se viene a corroborar –como escribió Peter Handke– que el centro del mundo es el lugar del artista y puede estar en cualquier parte, así sea junto a una columna o desde el interior de una ruina arquitectónica; las motivaciones, la búsqueda, la percepción y lo que la trasciende, se dieron a ver donde los (dos) ojos, finalmente, estuvieron en casa.
Álvaro Negro, nacido en Lalín en 1973, es licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Vigo (1991-96) obteniendo la titulación de Maestro (MA Fine Art) en el Central Saint Martins College of Art & Design (University of the Arts London, 2002-03).
Desde el 2001 ha expuesto de manera constante en galerías y espacios públicos de España, Portugal e Italia. El 17 de diciembre próximo, se inaugura su primera exposición como comisario: Narrativas monumentales: figuras, paisajes y rituales, en el MAC Gas Natural Fenosa, A Coruña.